Caminábamos
en dirección contraria, pero se clavaron las miradas, y nos volvimos a la vez
para mirarnos, fue como una corriente
eléctrica, como si nos conociésemos de otras vidas. Como si nos hubiésemos
conocido en nuestros sueños.
Estábamos en
una ciudad de paso, regresé por el
camino para buscarte, tú, habías hecho lo mismo. Al encontrarnos no podíamos
dejar de sonreír, las palabras se atropellaban en nuestros labios. Uno frente
al otro, las manos unidas izquierda con derecha, leyendo uno en los ojos del
otro, como si nos conociésemos desde tiempos inmemoriales.
Supimos
nuestros nombres sin decírnoslos, los actuales y los pasados, teníamos la misma
edad, éramos el mismo signo, nacimos el mismo día. El momento se hizo eterno,
el tiempo se detuvo, nuestros rostros cambiaron una y otra vez, en todos nos
reconocimos, nos vimos nacer y morir.
En la duda,
sabíamos que al soltar nuestras manos, al dejar de mirarnos, se terminaría la
magia, y sucedería lo inevitable. Todas las vidas habíamos repasado mientras
duró el contacto, y de todas nos conocíamos.
Al soltar
nuestras manos, la oscuridad apenas duró un instante, luego esa luz blanca,
intensa envolvente, me llevó una paz inmensa. Porque solo regresé para repasar
otras vidas, y reconocerme en las siguientes, en la cama dejé abandonado mi
cuerpo, y me fui sin más. Mi cuerpo siguió su camino efímero de la vida a la
nada y yo proseguí mi camino, a la espera de renacer en otro cuerpo… esta vez
sin prisa.