Arranco de este viaje que me intoxica con inercia
agotadora y pausa la vida en un suspiro. Despierto luego de meses detenido en
un bucle eterno que me estrujó el cuerpo y la esperanza.
Así, anhelando la llama de las últimas veces busco la sonrisa de los años
perdidos, esos que me devolverán la vida que se diluyó en esta espera perpetua
y sin sentido.
Para entonces descubrí que todo seguía igual, las calles, los rincones, la rutina, los espacios compartidos. Ninguna cosa había cambiado, pero ya nada era lo mismo.