Quisiera morir ligeramente, para que todos mis errores me fueran perdonados y para que los amigos sintieran, en mis exequias, que les ha pasado rozando el tiro de gracia.
Quisiera la noche en la mitad de la tarde, para que mis virtudes se multiplicaran porque en esta tierra, y en casi todas, a los ausentes se les conmemora y a los presentes se les entierra. Quisiera morir para que mis enemigos hablen bien de mi recuerdo, porque he salido de sus vidas con los pies por delante. Quisiera morir contablemente, para que hacienda se gaste el dinero en papeles y sellos y cartas hasta que un estúpido ordenador descubra que ya no puede ordeñar más de mis cuentas corrientes.
Quisiera morir para que mis más cercanos mediten sobre la futilidad de las cosas terrenales, lo efímero de los sueños de los hombres, la vanidad de los proyectos y las certidumbres.
Quisiera haber sido, como tú, mi gran amigo Paco, empresario de fama contrastada y presidente del club los inocentes, con renglones derechos y cambados, que es difícil el dictado de la vida. Y quisiera, como tú, morir para que quienes me traicionaron vengan a llorarme y para que quienes en vida me vieron patinar y quitaron la mano, pongan el hombro bajo la caja.
Quisiera morir así, pero volviendo. Porque considerando lo que opino yo del otro lado, no me serviría de nada divertirme tanto para seguir después tan tristemente muerto.