Oxi Querido |
En la vida de una casa se entretejen las historias de quienes la habitan, y cuando un gato se cruza en ese destino, las paredes mismas parecen susurrar su presencia. Oxi llegó a nuestras vidas con la ligereza de un soplo de viento y, sin embargo, con una fuerza invisible que lo convirtió, sin que nos diéramos cuenta, en el corazón silencioso de nuestro hogar.
Desde el primer día, su mirada profunda nos traspasó, como si en esos ojos se escondiera la sabiduría de los siglos. Con Tina y la Reina —madre de Tina—, Oxi no era solo un compañero; era un guardián silencioso que, en su mutismo felino, nos dio lecciones de vida más allá de lo que las palabras podrían enseñar. Se movía con una elegancia que solo los seres destinados a la eternidad poseen, y en cada gesto cotidiano había una complicidad que nos unía más allá del lenguaje.
Cuando el sol de la tarde entraba por las ventanas y llenaba la casa de una luz suave, era habitual encontrar a Oxi vigilando desde su rincón favorito, como si estuviera atento no solo a lo visible, sino también a lo que se escondía en los pliegues del tiempo. En esos momentos, podías sentir que nos protegía, no de algo tangible, sino de los miedos que acechan en las sombras del alma. Oxi nos enseñó a entender el paso del tiempo sin miedo, a aceptar que los días vienen y van como las estaciones, y que lo importante es lo que sembramos en cada uno de ellos.
Durante esos 15 años, su compañía se transformó en un lazo invisible que nos sostuvo en los momentos difíciles, y en los días felices, su presencia era el testigo silencioso de nuestra alegría. No necesitaba hablar para hacernos entender que nos entendía, que conocía cada una de nuestras emociones, que era parte de nosotros. Solo le faltaron las palabras para que la comunicación fuera perfecta, pero nunca fueron necesarias: en la mirada que compartíamos, ya lo decíamos todo.
Y entonces, sin previo aviso, llegó el momento que Oxi había comprendido mucho antes que nosotros. Se fue con una dignidad que solo los grandes espíritus poseen. En ese último gesto, cuando apoyó su pequeña cabeza en mi pecho, sentí el peso de los años compartidos y, al mismo tiempo, la ligereza de su partida. Me miró con la calma de quien sabe que su tiempo ha llegado, pero también con la ternura de quien quiere consolar a quien queda atrás. En su último suspiro, me dijo, sin palabras, que no temiera. Que la eternidad lo esperaba y que él la aceptaba con valentía.
Se fue sin rechistar, en silencio, como vivió. Fue su decisión, tomada con la sabiduría que siempre tuvo, y yo no tuve más que comprenderla, respetarla. Su fortaleza me dejó una lección final: hay lagrimas y desconsuelo, pero es verdad que hay momentos en los que el adiós es un acto de amor. En nuestra casa, Tina, la Reina y yo quedamos con el corazón agradecido, sabiendo que Oxi, en su silencioso andar, había llenado nuestras vidas de luz.
Oxi, no te has ido, no del todo. Sigues aquí, en cada rincón de nuestra casa, en cada rayo de sol que entra por las ventanas, en cada sombra que se desliza por los pasillos. Tu huella invisible ha quedado para siempre, y en nuestros sueños, te seguiremos viendo, con esa mirada tranquila que nos lo decía todo.
Gracias por estos 15 años de lecciones, de amor, de protección. Te seguiremos queriendo, Oxi, más allá del tiempo. Y en cada latido de nuestros corazones, tu nombre resonará, eterno.