martes, 29 de abril de 2025

El día que la señal se apagó

 

“No puedo enseñar nada a nadie. ...

Ayer, España entera volvió a respirar.
Un apagón eléctrico y digital barrió el país de norte a sur, dejando en silencio a millones de dispositivos que hasta entonces dictaban cada gesto, cada mirada, cada segundo de nuestras vidas.

Las pantallas enmudecieron. Las notificaciones, esas pequeñas descargas de ansiedad, se esfumaron. Los móviles dejaron de vibrar. De pronto, las manos quedaron libres, los oídos descansaron de audífonos, y los ojos comenzaron a encontrarse de nuevo.

Por primera vez en años, las aceras se llenaron de conversaciones. Gente hablando… de verdad. Sin filtros, sin retrasos, sin pantallas intermedias. Los cafés se llenaron de risas espontáneas. En los parques, padres e hijos se miraban a los ojos. Las plazas recobraron su alma.

Fue como un salto en el tiempo. Una estampa sacada de los años 70 u 80, donde el reloj marcaba los ritmos del cuerpo, y no los ritmos de una aplicación. Volvieron los saludos en la calle, los vecinos que se ofrecían ayuda sin pedir nada a cambio. Volvió la hermandad, el calor humano, la conversación sin emoji.

En medio del desconcierto digital, brotó una belleza antigua, olvidada, pero intacta. La normalidad de antes —esa que creíamos perdida— se hizo presente como un viejo amigo que nunca se fue, solo esperaba su turno.

Faltan días así. Falta humanidad, esa que no necesita wifi para conectarse.
Y, sobre todo, falta reflexión.
Porque quizás, en este mundo hiperconectado, lo verdaderamente urgente sea reconectarnos con lo humano.

Un abrazo. A.Y

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