martes, 1 de enero de 2013

La noche en la mitad de la tarde

Quisiera morir un poco, a medias tintas, para que todas esas cosas apenas comenzadas quedaran inconclusas y nadie descubriera -ni yo mismo- que al final no valía para nada.
Quisiera morir ligeramente, para que todos mis errores me fueran perdonados y para que los amigos sintieran, en mis exequias, que les ha pasado rozando el tiro de gracia.
Quisiera la noche en la mitad de la tarde, para que mis virtudes se multiplicaran porque en esta tierra, y en casi todas, a los ausentes se les conmemora y a los presentes se les entierra. Quisiera morir para que mis enemigos hablen bien de mi recuerdo, porque he salido de sus vidas con los pies por delante. Quisiera morir contablemente, para que hacienda se gaste el dinero en papeles y sellos y cartas hasta que un estúpido ordenador descubra que ya no puede ordeñar más de mis cuentas corrientes.
Quisiera morir para que mis más cercanos mediten sobre la futilidad de las cosas terrenales, lo efímero de los sueños de los hombres, la vanidad de los proyectos y las certidumbres. 

Quisiera morir morbosamente para ver quienes irían a mi entierro, para conocer los chistes con que se iría soportando esa absurda tortura social del velatorio, para escuchar a quienes hablarían de mí sin conocerme y a quienes, conociéndome, hablasen como si no me conocieran. Quisiera morir para que todos mis defectos fueran olvidados y enterrados conmigo, para convertirme sólo en promesa no defraudada. Quisiera morir para que me extrañara el lavacoches, para que en el vídeo club sumaran recargo tras recargo por una película que dormiría ajena a mi suerte en un estante de mi biblioteca, para que alguien comprara mi coche de segunda mano y le tocara a él arruinarse con los repuestos, para que en la tienda de discos extrañasen que no haya pasado a disfrutar del arte a invertir en palabras de ensueño y sonidos nuevos. Quisiera morir para que la envidia se convirtiera en condolencia y para descubrir como, en la ausencia, nadie es ya enemigo de ninguno. Quisiera morir porque la muerte parece hacernos  a todos buenos y saca de inverosímiles recovecos, que pocos habían visto antes, una larga trayectoria de méritos, logros y triunfos.
Quisiera haber sido, como tú, mi gran amigo Paco, empresario de fama contrastada y presidente del club los inocentes, con renglones derechos y cambados, que es difícil el dictado de la vida. Y quisiera, como tú, morir para que quienes me traicionaron vengan a llorarme y para que quienes en vida me vieron patinar y quitaron la mano, pongan el hombro bajo la caja.
Quisiera morir así, pero volviendo. Porque considerando lo que opino yo del otro lado, no me serviría de nada divertirme tanto para seguir después tan tristemente muerto.



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