"Recuerda esto," me dijo un día mi
mentor, mientras la luz dorada del atardecer se filtraba por las persianas de
su despacho. “Sé leal a los tuyos o no vales una mierda.”
Lo soltó así, sin rodeos, como si estuviera
tallando las palabras en piedra. Lo miré en silencio, sorprendido por su
crudeza, pero él ni siquiera titubeó. Sabía que era una verdad que debía
aprender a cualquier costo.
“La lealtad,” continuó, mientras ajustaba con
cuidado un viejo reloj de bolsillo que siempre llevaba consigo, “no admite
grises. O lo eres o no lo eres. Y, créeme, si no lo eres, tarde o temprano todo
el mundo lo sabrá. Porque a los que traicionan, a los que van donde más les
conviene, siempre se les termina notando.”
Hablaba con la certeza de quien había vivido lo
suficiente como para entender lo que importa de verdad. Yo, en cambio, no sabía
si tomármelo como un consejo o como una advertencia. Pero entonces me miró, con
esa mezcla de firmeza y confianza que solo alguien que cree en ti puede
mostrar, y me dejó sin escapatoria.
“Ser leal no es dar discursos bonitos ni colgar
frases vacías en redes sociales. Tampoco es hacerte el buen compañero solo
cuando tienes público. No. La lealtad verdadera es mucho más silenciosa... y
mucho más valiosa. Es defender a los tuyos incluso cuando no están delante. Es
estar cuando duele, cuando no es fácil, cuando no hay aplausos de por medio.”
Esa tarde asentí, aunque no comprendía del todo
lo que intentaba decirme. Era joven, y pensaba que la vida era más sencilla,
que las cosas eran obvias. Pero los años me enseñaron que tenía razón: la
lealtad está en peligro de extinción. Hoy todos piensan en lo suyo, en lo que
les conviene. Cambian de bando sin pestañear, se callan cuando deberían hablar,
o te sonríen mientras te clavan un cuchillo por la espalda. Y luego tienen la
desfachatez de preguntarse por qué nadie confía en ellos.
“¿Quieres que te respeten?” me preguntó. No
respondí, pero él continuó sin esperar respuesta. “¿Quieres que te sigan?
Entonces empieza por ser leal, incluso cuando no te convenga.”
Eso se me quedó grabado. Porque ser leal no es
cómodo ni fácil. Tampoco se trata de ser un mártir, sino de tener principios,
de entender que los tuyos son tu equipo, tu gente. Sin ellos, no eres nadie. Si
los traicionas por comodidad, por miedo o por interés, solo estás dejando claro
que no vales nada. Y, tarde o temprano, lo vas a pagar caro.
¿Sabes lo que realmente define a una persona? No
es lo que dice. Es lo que hace cuando nadie la está mirando. Si hablas mal de
un amigo cuando no está, no eres leal. Si culpas a un compañero para salvar tu
pellejo, no eres leal. Si te quedas callado mientras alguien ataca a los tuyos,
no eres leal.
Y sin lealtad, ¿qué te queda?
No te confundas, la lealtad no es justificar lo
injustificable. Pero si los tuyos caen, tú los levantas. Si se equivocan, los
ayudas a corregir su error. Esa es la diferencia entre construir relaciones
fuertes o rodearte de alianzas de papel que se deshacen a la primera tormenta.
Ser leal cuesta. A veces, duele. Pero es lo que
separa a los que valen la pena de los que no. Los leales no son perfectos, pero
son los que siempre estarán ahí. Y eso, en un mundo lleno de falsedades, no
tiene precio.
Ahora que pienso en todo esto, me doy cuenta de
que me estaba preparando para esa última prueba. Para ese momento que llegaría
tarde o temprano, cuando tendría que decidir entre mi comodidad y mi lealtad.
Ese momento llegó años después. Mi mejor amigo
estaba en problemas. Todo el mundo le había dado la espalda, pero yo sabía que,
aunque estuviera equivocado, él me necesitaba. Era mucho más fácil fingir que
no lo conocía, hacerme a un lado, evitar las miradas de juicio de los demás.
Pero recordé esas palabras. Recordé esa lección.
Y me quedé.
No fue fácil. Ni cómodo. Pero fue lo correcto.
Porque, al final, no es lo que tienes lo que importa. Es a quién tienes cuando
todo se derrumba.
Así que te lo digo ahora, igual que me lo dijeron
a mí: sé leal a los tuyos, o no vales una mierda.
Porque, si no lo eres, tarde o temprano acabarás
solo.
Y no será culpa de nadie más que tuya.
Un abrazo. A.Y