Aquel día,
como era habitual, salió de su casa al atardecer y caminó sin prisa hasta el
café cercano frecuentado por él desde hacía mucho tiempo. Le pareció extraño
que a esa hora el lugar permaneciese aún desierto y mal iluminado. Ordenó lo de
costumbre: el café cortado y el vaso de agua. Le costó reconocer a la camarera,
parecía no ser la misma, sin su sonrisa contagiosa y conversación amena.
Simplemente acogió su pedido y se retiró de inmediato. Sorprendido, reparó en
un hecho inusual, perturbador: al fondo del recinto habían emplazado un
improvisado escenario, prácticamente en penumbras, que apenas daba cabida al
orador, una figura fantasmagórica declamando lo que semejaba un poema. El hombre gesticulaba enfatizando algunas
palabras encendidas, desafiantes. Apareció la camarera y le pidió que la
disculpara: debía esperar hasta que el orador concluyese su ya extenso
recitado, a esas alturas, una expresión de rebeldía apenas perceptible.
Exhausto, finalmente se desplomó sobre el escenario. Se acercó con cautela y
comprobó con espanto que el personaje muerto era su viejo amigo, el poeta
irreverente, esfumado un día sin dejar rastro alguno. El único testigo era él.
La camarera ya no estaba y el café permanecía en la oscuridad y vacío.
Amigos, este es un
microrrelato del gran contador de historias Don. Manuel Pastrana Lozano... comparto con vosotros para disfrutar su lectura e intriga. ;)
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